bajo los golpes; pero nadie quería defenderla. Por el contrario, aquellas escenas divertían al gentío; los rostros se ponían más alegres, más expresivos; se bromeaba.
Bastaba que el guarda se acercara para que se dispersara la gente buscando cada cual su sitio lentamente. No se oía mas que el llanto de la mujer golpeada. Sus cabellos mal peinados arrastraban por el suelo; su cuerpo sucio, mal vestido, amarillo a la claridad de la Luna, exhibía cínicamente su desnudez. Se la metía en un coche para conducirla al puesto de Policía y su cabeza se bamboleaba como la de una muerta.
Nicolás conocía todo aquel mundo y contaba a Petka toda clase de historias sucias y pintorescas, riendo a todo reír. Petka, estupefacto ante los relatos de su joven amigo, pensaba que era muy inteligente, muy bravo y quisiera parecerse a él algún día. Su mayor deseo era encontrarse fuera de allí, en otra parte cualquiera... Con esto sería muy feliz.
Los días eran monótonos, iguales. En invierno como en verano veía los mismos espejos; roto por la mitad el uno, oblicuo y muy risible el otro; el mismo cuadro en la pared cubierto de manchas, representando dos mujeres desnudas a la orilla del mar, con los cuerpos sonrosados llenos de manchas por las moscas. El techo, de donde colgaba una lámpara de petróleo que en invierno estaba encendida casi todo el día, se iba poniendo cada vez más negro. Día y noche oía el pobre Petka