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Y arrancándole el cigarrillo lo tiró al suelo.
—¿Empiezas a enfadarte otra vez?
—Sí, estoy enfadada.
—Pero ¿por qué? Piensa, Luba, que hacía cuarenta y ocho horas que no dormía y no hacía mas que correr a través de las calles como una fiera acosada. ¿De qué te serviría traicionarme? Me detendrían; pero no creo que eso te hiciera ningún bien. Además, yo vendería cara mi vida.
Calló.
—¿Vas a disparar?— preguntó ella después de una corta pausa.
—Sí, voy a disparar.
La música ha cesado; pero del lado del salón se sigue oyendo gritar al borracho; se diría que alguien le tapaba la boca con la mano y los gritos salían ahogados y más inquietantes aún.
En el cuarto de Luba se percibía un olor de perfumes y de jabón de tocador barato; este olor era espeso, húmedo e impuro. Sobre una de las paredes había colgadas, en desorden, faldas y blusas. Todo esto le parecía repugnante y pensaba con tristeza que esto era la vida y que había gentes que vivían entre esas cosas años y años.
Miró con disgusto a su alrededor y dijo a Luba melancólicamente:
—¡Como es todo entre nosotros en esta casa!...
—¿Y qué quieres decir con eso?
Pero él estaba lleno de compasión hacia aquella muchacha que permanecía en pie ante él y no acabó su pensamiento.