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DON CALIXTO , EL DADIVOSO

Don Calixto había nacido generoso. Pobre, gran cosa no podía dar, pero se complacía en regalar al que lo pidiese, algo de lo poco que por casualidad tuviese. Algunos de los mismos, por supuesto, que más lo aprovechaban—lo trataban de infeliz, incapaces de sospechar que su satisfacción en dar algo era igual, si no mayor, á la del pulpero que logra cobrar una cuenta dudosa.

No tenía más que su puestito—intruso en campo del Estado—una manada de yeguas y algunos caballos, y vivía de changas: algún arreo, una hierra, un aparte, la esquila; también vendía algunos bozales trenzados, y sembraba un retazo de maíz para mantener á la familia, con mazamorra cuando faltaba la carne.

Una tarde, sentado en el umbral de su rancho, gozaba el suave calor del tibio sol de mayo, saboreando un cimarrón. Contemplaba, no sin cierto orgullo, el conjunto de sus riquezas: en el desplayado que formaba patio al rancho, se erguía una troje, granero de pobre, improvisado con seis álamos, alambre y chala, pero relleno hasta el tope de su tranquilizadora opulencia de largas y gruesas espigas de maíz, doradas como sueños de fortuna... y como ellos, resbaladizas.

En el rastrojo que, más allá, extendía su manto