Una vez, al entrometerse para separar dos gauchos armados que querían pelear, recibió en la misma cabeza una bala de revólver. Fué un grito de espanto; lo creían muerto; ni siquiera un chichón; la bala aplastada había caído en el suelo.
Y un gaucho viejo que allí estaba y había servido en el ejército, no pudo menos de decirle :
—Pero amigo, ¿por qué no se hace usted soldado? Es el oficio que mejor le pueda convenir.
Y lo pensó Cuerocurtido. Y, al mes, estaba de milico en la frontera. Allí, peleó con tanto coraje, que se volvió el terror de los indios, haciendo la admiración de sus jefes y de sus compañeros.
De los más terribles entreveros, á lanza y sable, salía siempre ileso, sin que se pudiera saber cómo.
Se cansaba de matar indios, sin que una gota de su sangre fuera vertida jamás, y pronto fué bastante que lo vieran ellos adelantarse, para disparar despavoridos, creyéndole hijo de Mandinga, cuando no era más que su ahijado.
Cuando la guerra del Paraguay, era ya capitán ; hizo toda la campaña, cargando siempre al frente de sus hombres, y haciéndolos matar, por lo demás, con la desenvoltura del que se sabe invulnerable: era de la escuela antigua.
Subió, de grado en grado, hasta llegar á coronel, lo que casi era poco para un hombre sobre el cual se aplastaban las balas como en placa de tiro al blanco; pero desgraciadamente, no sabía leer ni escribir y no pudo alcanzar á general.