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Quiere algunos, don?...

Calixto no dijo el nombre de la visita, por la sencilla razón que nunca lo había sabido; y cosa rara, tampoco se acordaba habérselo oído á nadie, nunca.

—Hombre—contestó el viejo,—si no fuera mucho pedir...

¡Qué esperanza, señor! si á mí me sobran.

¿Qué voy á hacer yo con tantos zapallos?

—La verdad que mejor sería para usted que fueran ovejas.

—Pues no—dijo, riéndose, don Calixto ;—más que los zapallos, haría una majada el puchero sabroso no es cierto? pero para qué se va á acordar uno de lo que no puede tener.

Y levantándose, ató á la cincha de su mancarrón un cuero de potro todo arrugado que, desde mucho tiempo ya, le servía de carretilla, lo acercó al rastrojo, y lo cargó hasta más no poder con los mejores zapallos que encontró. Los trajo á la rastra hasta el patio; allí, los amontonó y le dijo al viejo que, á la tarde, se los iba á mandar por un muchacho, en el carrito; y volviéndose á sentar en el zapallo, tomó de manos del viejo el mate. Se aprontaba á cebar, cuando de repente corcoveó su asiento, y lo dejó tirado patas arriba como maturrango que se hubiese puesto á domar, disparando, el zapallo, hecho una grande y linda oveja, gorda y lanuda. Y mientras que entre risueño y renegando, se levantaba don Calixto y se sacudía el chiripá, vió disparar también, cambiado en punta de ovejas, el montón de zapallos que había traído para el visitante; y todas se dirigían hacia rastrojo, donde impetuosamente y como asustados, se levantaban todos los demás zapa-