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que, el día de la señalada, su padre, sus hermanos y él le vendrían á ayudar. Y así lo hicieron.

— La parición había sido abundante: el corderaje era lindo, alegre, retozador, y para facilitar el trabajo, lo apartaron todo junto en un chiquero especial.

Y empezaron los cuchillos á trabajar fuerte y parejo, amontonándose las colitas; y seguían, sin cesar, disparando para la majada los corderos ensangrentados, balando lastimeramente por la madre. Pero más corderos alcanzaban los peones á los señaladores, más quedaban para señalar; parecía que manara el chiquero, y acabaron por cansarse todos, sin haber podido concluir, pues quedaban encerrados muchos animales todavía. Lo que viendo don Calixto, hizo parar el trabajo, y regaló á los que le habían venido á ayudar todos los corderos que quedaban orejanos, á los cuales se agregaron, cuando los llevaban, las respectivas madres que ya andaban por el campo.

Para qué quiero majada tan grande—decía, —si ya me sobran ovejas?

Ya que tan generoso era don Calixto, con razón pensó doña Encarnación, otra pobre de la vecindad, que no le negaría para cama de sus criaturas unos cuantos cueros de oveja; y se los mandó pedir. Por el mismo muchacho que le trajo la carta, don Calixto le mandó un caballo cargado con los cueros de consumo más grandes y más lanudos que tuviese en su galpón, siendo siempre su orgullo dar lo mejor de lo que tenía.

Cuando llegó la esquila, doña Encarnación mandó á todos sus hijos mayores á que ayudasen á don Calixto en su trabajo, no pudiendo ella misma ir, por tener que atender á los demás, todavía muy chicos.

Las ovejas que á esos muchachos les tocó esquilar