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no eran mejores que las otras y sucedió entonces una cosa bien extraordinaria todos los vellones que al latero entregaban, pesaban de diez kilos arriba, cada uno, siendo su lana sumamente fina, larga de medio metro y tan rizada que nunca se había visto lana igual en ninguna parte de la Pampa.

Se amontonaron los compradores y con tal de conseguir los vellones maravillosos, pagaron por toda la partida un precio exorbitante.

¡Tenía una suerte ese don Calixto!

Fácil será comprender que con todo esto hubiese aumentado demasiado y casi á pesar suyo, su fortuna, si, por otro lado, no hubiese también crecido su generosidad. Pero se empeñaba el hombre en sembrar, con lo que le sobraba, en muchos humildes hogares, un poco de felicidad, tanto que consiguió, dicen, consechar—de vez en cuando, esa flor exquisita y rara la gratitud.