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LAS HUASCAS DE TIMOTEO

Don Miguel había vuelto del corral, hecho un tigre se le había cortado el lazo chileno, un lazo hecho por él mismo con todo esmero, y no podía comprender que apenas tres meses le hubiera durado. Se desahogó, entre dos mates, aconsejando á su hijo Timoteo que nunca hiciera lazo, ni huasca, para trabajos fuertes, con el cuerito maula de todas estas vacas mestizas con que ahora se había apestado la pampa.

—No sirven, amigo—decía;—no sirven para huascas. Puede ser que para botincitos de puebleros valgan, pero cortar en ellas un lazo ó un maneador, es exponerse á muchas cosas. ¡Ah! ¡quién tuviera—suspiraba,—un cuero de las vacas de Mandinga!

Y Timoteo empezó á preguntarle al viejo cómo se podría conseguir. Don Miguel, para decir la verdad, pocos datos tenía al respecto, pero había viajado mucho por la pampa; había estado en trato con los indios, y algo sabía, aunque muy vago, sobre Mandinga, sobre su existencia—muy cierta,—sus haciendas y el lugar donde las cuida. Timoteo todo lo apuntó en su memoria, y se mandó mudar una mañana, con su tropilla, sin decir nada á nadie.

Don Miguel, al momento, sospechó la verdad: sabía quién era Timoteo, valiente como ninguno y firme en sus resoluciones; pero, ¿qué se iba á hacer?

Timoteo, por su parte, no ignoraba que su empresa era más que atrevida, pero era fuerte, diestro y sufrido, y sabía templar el arrojo con la astucia. Lle-