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vaba entre los animales de su tropilla, todos elegidos, guapos y mansos, un parejero sin igual; alzó su mejor lazo y un cuchillo que, lo mismo que su valor, había sido probado.

Y marchó: marchó tanto, que ya no contaba los días que se había pasado tragando leguas, cuando dió con un arroyo cuyas aguas corrían tan impetuosas y tan hondas, entre barrancas tan altas, que era casi imposible vadearlas, y tan turbias que daba miedo meterse en ellas.

Timoteo no vaciló: hizo despeñarse de la barranca la tropilla, y para seguirla, se dejó resbalar; los caballos lucharon un gran rato para vencer la corriente y trepar la barranca, pero, arañando, llegaron, al fin, á la orilla.

Y después del arroyo, fueron cañadones interminables y traicioneros, sembrados de pantanos pegajosos, en cuyo barro blanco quedaban, á veces, en peligro de muerte los caballos; y también fueron arenales pesados en que entraban casi hasta el encuentro, y montes espinosos, de esos que no dan sombra, pero que detienen al viajero, y por los cuales vagan toda clase de bichos.

A medida que iba avanzando, conservando por instinto el rumbo, los arroyos eran más hondos y más rápidos, las barrancas más altas, los cañadones más extensos y más cenagosos, los médanos más pesados, los montes más impenetrables y las fieras más temibles, y cualquiera otro hubiera renunciado á la empresa; pero Timoteo calculaba que eran señas de que se iba acercando á los dominios de Mandinga y sentía su corazón ensancharse con las ganas de lograr, aun con peligro de la vida, lo que venía buscando.