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para mantener envainados los cuatro facones de los bandidos. También les hacía vacilar la sospecha de que algo cierto hubiera en lo que decía, y cuando, de repente, uno, atónito, señaló á los compañeros lo que se le alcanzaba á ver de la pechera de piel de tigre, empezaron todos á mirar al muchacho con ojos de terror; y sabiendo Timoteo que cuando se junta el miedo de un cobarde con el de otros cobardes, se multiplica y se vuelve irresistible pánico, adrede, les dejó libre la puerta, y todos dispararon.

Timoteo se apoderó de la llave de la tranquera, la guardó en el tirador, y montando en su caballo, arreó la tropilla y se perdió entre las sombras de la noche.

Los campos de Mandinga tienen, nadie lo ignora, ciertas peculiaridades de ahí vienen, en años de crecidas, todas las semillas de abrojo grande, de cepacaballo, de chamico y otras plantas espinosas que invaden los campos cultivados de adentro.

Pero Timoteo se metió, sin cejar, entre el fachinal, confiado en el caballo que montaba, de pie tan firme que no sabía lo que era tropezar, y galopó hasta encontrar una puntita de hacienda, diez ó doce animales vacunos que pacían juntos. El corazón le latía, no de miedo, sino por la emocionante inquietud que da el éxito ya cercaño, pero no logrado todavía ; confiaba que, vencidos los peligros del camino, también salvaría los que todavía le esperaban, pero, ¿quién, en ese trance, no hubiera tenido recelos?

La noche era regularmente clara, aunque sin luna; Timoteo distinguía bastante los animales para poder elegir entre ellos, á su gusto, antes de enlazar, y si hubieran sido mansos, habría sido la cosa más fácil.

Pero mansos no podían ser, y antes de acercarse