Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/123

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 119 —

Y don Aristóbulo, sin hacer el menor movimiento, siguió durmiendo profundamente, bajo el ombú, lo mismo que en el palenque su caballo preferido.

Los mismos vecinos volvieron de vez en cuando, y viendo que siempre dormían en el palenque el moro, y al pie del ombú el amo, tomaron la costumbre de repuntarle la hacienda en la línea del campo, sin atreverse á turbar un sueño que, por lo duradero, no dejaba de parecerles algo prodigioso.

Poco a poco, la quinoa y la cicuta, el cardo y la cepa—caballo, y cien otras plantas, buenas y malas, espinosas y floridas, crecieron alrededor de la casa; semillaron y cundieron, invadiendo el patio, las zanjas y hasta el corral de las ovejas, volviéndose matorral lo que había sido desplayado, pero matorral de pastos tiernos, de gramilla y de trébol, como de tierra poblada. El palenque, con el moro atado, ensillado siempre, inmóvil y durmiendo, quedó rodeado de un verdadero fachinal; y el ombú, cada día más crecido, extendió poderosamente sus ramas verdes, como para proteger más y más el sueño siempre igual y profundo de don Aristóbulo. Las raíces del árbol hermoso sobresalían ahora del suelo como serpientes colosales arrolladas y se encontraba el hombre dormido como en verdadero sillón cavado por el peso de su mismo cuerpo.

En las dos piezas del rancho y en la cocina, las generaciones de arañas se sucedían legándose y traspasándose en paz sus telas, siempre más numerosas; y tanto los bien—te—veo en las ramas del ombú, como en el crucero de la roldana del pozo silencioso los horneros, habían multiplicado los nidos, en medio de una tranquilidad sin par.

Hasta los zorrinos y las comadrejas se morían