Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/126

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 122 —

vecinos. Las haciendas de la Estancia del dormilón», por su número siempre creciente, se hacían algo cargosas, y para no tomarse más el trabajo de repuntarlas habían decidido todos cercar. No sin recelo se aproximaron á la población. La maleza se había extendido y tupido más y más; el ombú se había vuelto colosal y el rancho desaparecía casi por completo entre los yugos y el cardal.

Hubo que abrir á machete una verdadera picada en derechura hasta el ombú para cerciorarse de que siempre estaba allí don Aristóbulo. Los milicos, en esta tarea, adelantaban sin ganas, guiados por dos vecinos antiguos, los últimos que quedaban de los que habían conocido á don Aristóbulo, que lo habían visto sentado al pie del árbol, el primer día de su sueño extraño y le habían cuidado la hacienda durante los treinta años que había estado durmiendo.

Casi muchachos en aquel tiempo, se les había arrugado mucho la cara y encanecido el pelo, pero conservaban, respecto á la Estancia del dormilón» y á su dueño, involuntario sentimiento de supersticioso temor, juzgando sobrenatural ese sueño misterioso, y poco prudente el paso por esta gente.

Al cabo de varias horas de trabajo llegaron por fin muy cerca del pie del ombú, y no faltaban por voltear más que algunos troncos de cicuta, cuando oyeron todos, en medio de la angustiosa perplejidad de ese momento solemne, un ronquido sonoro y rítmico como de persona normalmente dormida.

No tenía ese ruido nada que fuera muy asustador, y fué, sin embargo, lo suficiente para infundir á todos esos hombres, á pesar de sus armas, un irresistible pánico. Dispararon los milicos, dispararon los comedidos acompañantes, dispararon los vecinos, y