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Se acordó entonces que era día de contarla, lo que cada mes hacía para ver si le faltaban ó no animales, y al llegar á cien, quiso, como siempre, tarjar en el lienzo del corral. No había hecho gran esfuerzo, por supuesto, para ello, y quedó algo más que sorprendido al ver que con el cuchillo había cortado todo el listón, como si hubiera sido de sebo. Siguió, asimismo, contando las ovejas, pero apenas tocaba la madera con el filo del cuchillo, cuando ya estaba la tarja.

L No pudo menos que acordarse del huésped y de la piedra de afilar que le había regalado, y más se acordó de ellos, cuando al desollar un capón para el consumo de la casa, vió que sin usar chaira alguna durante todo el trabajo, sacaba el cuero con inacostumbrada facilidad.

Al descuartizar la res, daba gusto ver con qué limpieza y prontitud su cuchillo viejo separaba los trozos y hasta cortaba el hueso, derechito y sin tropiezo cuando no daba bien con la coyuntura.

Varias veces en el día, tuvo, naturalmente, que valerse del cuchillo para una porción de cosas, y cada vez pudo comprobar que nunca había tenido semejante herramienta. Lo que sí, se dió cuenta de que necesitaba acostumbrarse á manejarla con mucha suavidad, pues de otro modo, era como para chasquearse feo y hacer barbaridades.

Por ejemplo, para desvasar su caballo, no necesitaba martillo, pues no tuvo más que recortar artísticamente los vasos como si hubieran sido de alguna pasta blanda; pero también vió que con cualquier distracción hubiera cortado á más de la uña, el pic, estropeando el animal.

De noche, en invierno, solía, después de cenar,