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realidad; capaces hasta de infundir calor de abrigado hogar á las espaldas, azotadas por el viento, del peón acurrucado en la paja mojada, bajo el poncho empapado.

Toda alma ingenua necesita cuentos, lo mismo que toda criatura necesita leche; alimento liviano y sutil de la primera edad, que mantiene sin cansar. Y por esto es que todos los pueblos primitivos han tenido sus leyendas, sus fábulas, sus relaciones de aventuras, de viajes extraordinarios, de combates heroicos, de amores célebres; sus tradiciones mitológicas, sus historias milagrosas, religiosas ó profanas; y nuestro capataz seguramente pensaría que, como cualquier otro, bien podría el gaucho tener los suyos.

Por lo demás, era cosa de creer que hubiese tenido ocasión de comunicar personalmente con algunos seres sobrenaturales, de los muchos que existen en la Pampa, y que éstos le habían confiado sus secretos, pues bien se conocía, al oirlo, que no eran mentiras lo que estaba contando. Si bien en sus cuentos solían aparecer personajes harto misteriosos y suceder acontecimientos incomprensibles para cierta gente, no tenía esto nada de extraño, pues todos saben que hay en la Pampa muchas cosas ocultas y seres invisibles cuyos actos nadie podría explicar, pero que tampoco nadie puede negar.

No se puede asegurar que, de vez en cuando, no agregase á la verdad algo de lo suyo; pero, ¿quién no comprenderá que, en las largas horas de ronda y de arreo, puedan nacer en el alma embelesada por los misteriosos conciertos del nocturno silencio pampeano y por los maravillosos espectáculos de la naturaleza ó sobreexicitada por las grandiosas y terribles manifestaciones de sus repentinas iras, mil figu-