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lamente dejó de llover, sino que empezó á soplar un viento que todo lo secaba, mientras el sol se ponía ardiente; la colocó por fin en la palma de la mano, y el día se hizo apacible, primaveral. Hizo entonces con la tablita todos los movimientos posibles, y pudo comprobar que según ellos, ó se desencadenaban los elementos y llovía torrencialmente, ó llovía despacio o dejaba de llover y soplaba el viento con suavidad ó con violencia. Y el gaucho se divirtió un gran rato con mover la tablita, ora despacio, ora bruscamente, por un lado y por otro, poniéndola de repente en las posiciones más contrarias, de modo que toda la vecindad, y esto en un radio de cincuenta leguas de pampa, más o menos, habría podido creer, de seguir el juego, que los elementos se habían vuelto locos y que estaba ya cercano el fin del mundo. Todos los trabajos habían quedado suspendidos, no sabiendo ya la gente asustada qué hacer ni qué pensar.

Por suerte duró poco, pues don Benito, bien enterado ya del poder extraordinario de la tablita de metal que tan casualmente había encontrado, pensó que algo más tenía que hacer con ella que divertirse, y resolvió ver si podía sacar para sí algún provecho de esas benéficas lluvias de que á cada rato solían decir todos que eran patacones, y que según parecía, podría distribuir á su antojo.

Guardó en el bolsillo del saco la tablita, y se fué para la pulpería. Allí, entre dos copas, empezó á asegurar con convicción que toda la noche llovería. Un hacendado contestó que sería muy bueno, pero que, á pesar de los aguaceritos imprevistos que habían caído aquella mañana, el tiempo no anunciaba agua.

—Pues yo le digo—porfió don Benito que va á llover toda la noche.

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