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el del trigo con mil improperios contra el encargado de hacer llover, que nunca sabía lo que hacía, que echaba á perder los trigales con diluvios después de haberlos dejado secar, mientras que el hacendado hacía una mueca de desprecio por la poca agua que, según él, había caído.

— Don Benito, durante un tiempo, hizo todo lo posible por contentar á todos, pero pronto vió que no era posible: el que estaba cosechando lino gritaba por una gota de agua que, por casualidad, cayera en su campo; el que tenía maíz sembrado clamaba, después del aguacero, por no haber tenido también aquella misma gota; el hacendado hubiera querido agua cada dos días en las lomas de su campo, sinque se mojasen los bajos. Los dueños de alfalfares siempre lloraban por agua, y cuando se la daba, nunca dejaba alguno de ellos de maldecirla por estar justamente á punto de segar ó de emparvar.

Lo más lindo era que ni con sus propios caprichos salía bien don Benito. Habiendo el pulpero organizado para el domingo unas grandes carreras, don Benito, siempre escaso de pesos, le pidió algo prestado, el día antes; el comerciante se lo negó. Don Benito se fué para su rancho, enojado, y al llegar, colgó la tablita con la muesca para abajo. Llovió toda la noche y todo el día siguiente; por supuesto, no hubo carreras, y el lunes, se fué á la pulpería el gaucho, para gozar, calladito, del éxito de su travesura. Cuando entró, oyó que el pulpero á quien pensaba haber perjudicado tanto, exclamaba, contentísimo :

—¡Agua rica, que me ha salvado las cien cu dras de maíz que tengo sembradas en el puesto del Catalán!

LAS VELADAS .—10