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EL OJO FILIADOR

—¡Miren que se van á sacar un ojo, muchachos, con esos alambres!—repetía por la vigésima vez don Natalio, cuando justamente uno de los dos niños, su propio hijo, pegó un grito de dolor y corrió hacia él, tapándose los ojos con las manos. Se entretenían, á pesar de las advertencias de don Natalio, en tirarse uno á otro los pedazos de alambre con que, momentos antes, habían cazado pajaritos; y, realizándose las previsiones del padre, había quedado Natalito tuerto del ojo izquierdo.

El otro muchacho, hijo de un vecino de por allí, se había mandado mudar al galope de su petizo hasta el rancho paterno, y al verlo todo avergonzado y ceñudo, el padre sospechó que había hecho alguna picardía. A fuerza de preguntas, acabó por saber lo que le había pasado, y tomando en una de las numerosas bolsitas que colgaban de las vigas del techo, unas semillas de zapallo, montó á caballo y se fué á lo de don Natalio.

Este, con resignación fatalista de buen gaucho, le contó el caso y le hizo ver el ojo de Natalito.

—¡Caramba, amigo!—dijo, al rato, el hombre,—el ojo está perdido, pero voy á tratar de remediar en parte el daño que, sin querer, ha hecho mi hijo.

Tomó algunas semillas de las que había traído,