Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/160

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
— 156 —

pués de conducir una tropa á la capital. Parecía muy buena gente. El muchacho fijó un rato en cada uno de ellos su terrible ojo filiador y perspicaz, para el cual no había aires de inocencia que valieran; y sorprendiendo en el acto ciertas miradas, ciertos gestos y ademanes apenas esbozados que nadie más que él hubiera podido advertir, comprendió lo que era esa gente. Miró al campo: como á una legua de allí, habían dejado sus tropillas, pero no necesitaba él anteojos para distinguir las marcas y vió que eran casi todas adulteradas con quemaduras de alambres.

No les perdió desde entonces pisada á los hombres, y como los podía divisar, aun de noche, á varias leguas de distancia, era fácil para él tomarlos infraganti cada vez que querían pegar malón.

Tres ó cuatro veces trataron de llevarse, cortando los alambrados, buenas puntas de hacienda, pero siempre, en el mejor momento, les caía al encuentro una gavilla de peones de la estancia que, dirigiéndose hacia ellos, los obligaba á disparar y á dejar abandonado el botín. No tardaron en renunciar.

Natalito, mientras tanto, se iba haciendo mozo, y á pesar de tener en el ojo una fortuna, al decir de su patrón, no parecía pensar mucho en enriquecerse.

El estanciero, él, aprovechando sus conocimientos había prosperado en grande, pero como Natalito no parecía demostrar que estimara en algo sus servicios, ya que no pedía nada, no era, por supuesto, necesario hacerle pensar en ello. Pero es que Natalito tenía, al respecto, sus ideas.

El patrón tenía varias hijas muy bonitas, y la mayor de ellas no era del todo indiferente al muchacho. Cierto es que siendo tuerto y simple peón, no