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se hubiera atrevido en declararse, pero con el ojo famoso que le quedaba, había sondado hasta la puntita el corazón de la joven, y bien sabía que en él estaba grabada su imagen... de perfil. Es que ella sabía lo que valía Natalito; hacía años que lo conocía, acompañando á su padre con lealtad y empeño; y quizá también lo quería por otras razones, de estas que no conoce la razón y que, por esto mismo, son más invencibles aún.

Un día de gran fiesta, Natalito acompañó á su patrón á unas carreras que se corrían en la pulpería de la estancia y en las cuales figuraba un alazán muy bueno de la marca del establecimiento, vendido hacía un año á un carrerista de profesión.

El patrón, después de consultar con Natalito, había apostado en grande á favor del alazán; pero momentos antes de correrse la carrera, él mismo le dió aviso de que el corredor iba á trampear y perder la carrera de acuerdo con el dueño.

Tuvo tiempo todavía el estanciero de darse vuelta y no perdió nada; y como preguntara á Natalito cómo había sabido que iban á trampear, éste le contestó que alcanzaba, muchas veces, á ver lo que pensaba la gente.

—¿Y qué pienso yo en este momento?—le contestó en seguida el patrón.

—Usted, patrón, piensa que es una lástima que yo sea tuerto.

—¡Justito! ¡Caramba!

—Y otra lástima que yo no sea rico.

—¡Pero, amigo!—parece que lee.

—Y todo esto porque si no fuera tuerto y que fuera rico, trataría usted de casarme con su hija mayor.