Esta página ha sido corregida
— 158 —
—¡Pero qué muchacho diablo!—Es la verdad!
—Pues, señor; si tuviera mis dos ojos, no vería ni más ni menos que cualquier otro; y si no viese más que cualquier otro, usted no estaría tan rico.
—Cierto.
—Entonces, ¿por qué no dejaría usted que me casase con su hija?
—¡Oh! por mí, Natalito, no tendría inconveniente; pero ¡cuándo va á querer ella casarse con un tuerto!
—La podemos consultar.
—¿También habrá alcanzado á ver lo que piensa ella?
—¡Quién sabe, señor!
La consulta no fué larga, y bien sabía Natalito lo que contestaría la niña: consintió ella en tomarlo por esposo, porque juiciosamente pensaba que bien compensa el mérito algún defecto físico.