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tito, pero hermoso, lo más elegante y bien vestido, de chiripá negro, de blusa bordada, de pañuelo punzó, de botas finas, con un tirador, un cuchillito de cabo y vaina de plata que era toda una joya. Era hombre, pues tenía barba, barba negra y en punta, y también facha de hombre resuelto, con el ala del sombrero bien levantada por delante, pero era toda una monada el gauchito.

—Vengan, no más, acérquense; vengan—repitió, y el ademán y la voz eran tan atrayentes, que don Joaquín y su mujer, perdiendo el susto, se adelantaron algunos pasos y saludaron al gauchito con el mayor respeto.

—Hombre—le dijo éste á don Joaquín,—he sido mandado por ini padre Churri, el Avestruz, para decirle que usted no debe quedar más en estos pagos donde por buen gaucho que sea, nunca hará más que vegetar. Entregue cuanto antes á su dueño la majada que usted cuida y póngase en viaje. Galopará veinte días, al Sur ó al Oeste, como quiera, y llegará á los dominios de Churri, mi padre, quien le asegurará el porvenir á usted y á su familia.

No había tenido tiempo don Joaquín de volver de su sorpresa, cuando ya había desaparecido el gauchito, pero quedaba en la mesa la cáscara rota del huevo del avestruz, y él y su mujer la estaban todavía mirando sin saber qué pensar, cuando ladraron los perros.

Se asomó el puestero, y viendo que el que llegaba era el mismo patrón de la estancia, le salió á recibir y le hizo entrar en la cocina.

Lo primero que vió el patrón, al entrar, fué la cáscara del huevo, y medio enfadado, dejó entender á don Joaquín que ya que era una novedad en el LAS VELADAS .—11