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extensión de tierra, y las boletas de marcas y de señales de vacas y ovejas cuyo número respetable apuntado en otro papel lo llenó de júbilo.

Descansó esa noche en la casa que así le regalaba Churri, y á la madrugada, recorrió el campo, reconoció sus haciendas, y dejando que comiesen pasto, no más, pues en esas alturas y en semejante soledad no necesitaban mayor cuidado, emprendió la vuelta.

Pronto se supo en todas partes la suerte que le había tocado á don Joaquín y todos se congratularon de que en él hubiese caído por haberlo merecido tanto con su bondad y su genio servicial. Lo acompañaron, cuando salió con la familia para su nuevo destino, los votos de felicidad de todos los vecinos.

Pero más de uno pensaba que el avestruz que siempre andaba vagando por allí, iba á poner más de un huevo, y las miradas de todos cuando galopaban, iban ahora siempre fijas en el suelo como en busca de algo perdido.

El antiguo patrón de don Joaquín se había vuelto presa de una actividad desconocida; se pasaba ahora los días enteros recorriendo el campo, pues calculaba que el avestruz vendría, como siempre suele hacer, á poner todos sus huevos en el mismo paraje. Más o menos sabía donde Joaquín había encontrado el primero, y de ahí no salía, pastoreando.

Un día que había pasado toda la mañana calculando lo que le costaban de carne ciertos puesteros que tenían muchos hijos, y lo que les podría agregar de más en la cuenta de gastos á los que cuidaban á interés, por remedio para la sarna, y lo que les podría mochar en el precio de la lana, encontró justamente un huevo de avestruz.