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llado el poncho en el brazo izquierdo; había levantado bien el ala del chambergo, y con la daga en la mano, culebreando el cuerpo y centelleándole los ojos, buscaba ya el sitio propicio para pegarle al muchacho la puñalada mortal que debía por fin quitar de su camino ese ridículo estorbo.

1 Manuelito, sereno, risueño, con la boina echada un poco atrás, bien plantado en sus alpargatas, de chiripá de algodón y de camiseta, sin poncho en el brazo, lo miraba al gaucho, esperando el envite. Fué tremenda la embestida; vino como relámpago, viboreando la hoja del facón y reluciendo, pero el chiquilín la evitó con un quite rápido; se echó á un lado, y acercándose al gaucho mientras se enderezaba, le alargó en el mismo segundo un puntazo que, á través de los dobleces del poncho, hecho una espumadera, le pinchó fuerte el brazo y un revés que le tajeó la mejilla izquierda.

No se quiso todavía dar por vencido el hombre del facón; volvió sobre el muchacho con la daga en ristre, y después de unas cuantas fintas, extendió el brazo en inflexible rigidez, echándose adelante para agregar á la fuerza del golpe todo el peso de su cuerpo. Manuelito no reculó, contentándose con presentar al agresor la punta de su arma; y la hoja del cuchillito, estirándose como pescuezo de mirasol, vino á herir al matrero en el mismo medio del pecho.

El tajo no era mortal, pero sí sugestivo, pues un centímetro más y no hubiera contado el cuento el que lo recibió. El hombre del facón cayó desmayado, perdiendo mucha sangre ; lo llevaron adentro y quedó en asistencia más de un es, durante el cual pensó mucho en Manuelito y en el cuchillito tan raro con el cual casi lo había muerto. Se levantó bien curado