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recer, de desafiar á cualquier fiera que se le hubiera metido por delante, era, al mismo tiempo, tan... prudente como cruel y fuerte. Se divertía en degollar con sanguinaria lentitud los capones para el consumo, pero muy bien se guardaba de hacer lo mismo con las vacunos, por bien asegurados que estuvieran, pues tienen astas y basta un movimiento en falso para recibir una cornada, ó por lo menos un golpe.

Con los hombres tampoco se atrevía, pues con bichos que usan cuchillo, es peligroso ser malo, y si más de una vez se divirtió en molestar ó maltratar á una criatura, sólo fué cuando bien sabía que nadie saldría á pedirle cuentas.

Sucedió, á veces, que se vengaron de él como pudieron, algunas de sus víctimas, pero muy débiles eran y faltas de medios para escarmentarlo de veras.

Un día, asimismo, en el corral, un capón que había visto de qué modo trataba á sus hermanos, se le vino encima de improviso, & todo correr, y le pegó en la rodilla una topada tan fuerte que, á pesar de no tener el agresor más que unas aspitas embrionarias, quedó Plácido en cama quince días, con la rodilla deshecha. Otro se le vino por detrás, mientras estaba señalando un cordero, pegándole de tal modo en el codo, que con el cuchillo se hirió bastante feo en la mano izquierda.

Muchos otros golpes recibió así, pero sin darse por entendido; quizá tampoco entendía, pues la sola excusa de su modo de ser no podía ser otra que su poca inteligencia.

Los caballos tienen más medios de defensa y también más inventiva que las inocentes «rabonas»; y por esto, Plácido, recibió de ellos muchas lecciones. Aunque fuera buen jinete, más de una vez no tuvo