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todas sus huascas cortadas por el diente del zorro. Pero todo esto no hacía más que sobreexcitar su rabia y se vengaba él, á su turno, martirizando sus víctimas, ya con apariencia de pretexto.

Hasta que, cansados de sufrir, se juntaron una noche en asamblea general los delegados de las varias especies de seres vivientes, domésticos y silvestres, que pueblan, además del hombre, las pampas argentinas, y nombraron una comisión de los más ofendidos y de los más elocuentes para que fuese á tratar de conseguir de Mandinga para él un castigo ejemplar.

Mandinga necesita de los animales y particularmente de los bichos de la Pampa; le gusta servirlos y en ello se empeña, y como también es muy chusco, no le desagrada tener ocasión de reirse á expensas de algún cristiano, y les prometió que sin hacer morir á Plácido, lo iba á poner á raya.

A los pocos días, Plácido, que andaba medio á pie por haber deshecho á palos casi todos sus fletes, encontró en el campo un caballo obscuro, negro como tinta, al parecer manso, de muy buena laya, y de marca desconocida en el pago. Plácido lo arreó con su tropilla y pronto lo ensilló. Pero el obscuro tenía un defecto: era lerdo, y poco le gustaba á Plácido andar despacio, sobre todo para llevar lo más lejos posible un animal ajeno, de lo cual resultó que le empezó á menudear los rebencazos; pero más le pegaba, más lerdo se ponía el animal, y cuando redobló, se puso éste al tranco; y le pegó entonces con el mango, lo que hizo que se empacase. Plácido se eó, y furioso la emprendió con el obre animal á palos, hasta cansarse. No se movía el caballo; ciego de ira, el gaucho sacó el cuchillo y se lo plantó en la