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garganta, hundiéndolo hasta el corazón. Brotó la sangre en borbollones, y cosa rara, parecía salir con un ruido de carcajadas sonoras. El gaucho quedó atónito y vió que los ojos del animal, en vez de anublarse, le dirigían una mirada irónica, y que en vez de caer en el suelo, se iba esfumando poco a poco el obscuro, confundiéndose sus formas, cada vez más etéreas, con el ambiente luminoso que lo rodeaba, hasta desaparecer. Y al mismo tiempo, una voz le dijo á Plácido:—Hasta que dejes de ser un bruto, sentirás como si los recibieras tú, todos los golpes que de hoy en adelante des ó veas dar á los animales.

Se quedó pasmado el amigo Plácido. Sólo después de un gran rato, creyó que era alucinación, que no había oído nada, que todo era mentira, sueño, farsa. Sin embargo, no podía hacer menos de acordarse del hallazgo del obscuro, y del galope que había dado en él, y de la puñalada con que lo había muerto. Pero si fuera cierto, ahí estaría la osamenta, y no había en el suelo más que su recado; sin contar que la cincha, estaba cerrada, como si se hubiera resbalado por ella el caballo.

Ensilló otro animal de la tropilla, montó, y con un gesto de desprecio íntimo á todas estas «pavadas le pegó un chirlo. Y fué todo uno pegárselo y darse vuelta para ver quién le había pegado uno á él.

En el acto recordó las palabras amenazadoras de la voz misteriosa, y muy pensativo siguió al tranco largo trecho. Para volver á galopar, se contentó con apretar las rodillas y llevar adelante al caballo con un movimiento del cuerpo, alzando el rebenque sólo para arrear la tropilla. Un caballo se iba cortando; lo persiguió y lo juntó con los demás, y le iba á ne-