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lastimero, la miseria del pobre viejo. Pidió licencia para hacer noche.

El patrón vaciló; pues, aunque su resolución fuera de no dar hospitalidad ya á ningún pobre y que la pusiese en práctica desde tiempo atrás, de repente le pareció feo rechazar, así no más, á ese desgraciado.

Lo pensó un rato; hasta que habiendo logrado vencer ese amago de benevolencia, se dió vuelta las espaldas y, haciendo sonar los dedos, gritó á un peón :

—Dile que aquí no es fonda. ¡Que se vaya á la pulpería!

Y entrando en la cocina, se acercó al fogón para sacar una brasa y prender el cigarro. No se sabe cómo fué; mientras estaba ahí, oyó un ruidito, como de algo que se raja, y por una rendija abierta en la olla, todo el caldo se derramó y apagó el fuego, llenándose de humo la cocina.

—¡Mi olla !—gritó, desesperado, y en su mente atropellaron todos los recuerdos, las leyendas, los cuentos que sus abuelos y sus padres le habían hecho, cuando chico, de la preciosa olla y don Francisco.

Había gozado él de la olla mágica; había evocado á menudo, con los labios, al generoso protector de su familia, pero sin darse cuenta de que era preciso seguir mereciendo por su generosidad, los favores concedidos á la generosidad de sus antepasados.

Comprendió en el acto el alcance de su falta y del castigo. Adivinó quién era el gaucho viejo y pobre á quien había negado una presa de puchero; corrió, como loco, hasta el palenque, llamando á gritos con toda su fuerza :

Don Francisco! Don Francisco!

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