tado horrible, Sulpicio la habría hallado muy á su gusto, dispuesto como estaba á conformarse con todo, según el consejo paterno, y á encontrar aceptable la más repulsiva fealdad lo mismo que la más fulgurante hermosura.
Pronto le vino la muchacha á avisar que el patrón lo esperaba. Salió al patio caminando pesadamente con sus gruesas botas, tapado con el poncho casi hasta los pies, el sombrero sobre las orejas y el rebenque colgando de la muñeca... ¡Linda conquista la de la niña Hermenegilda !
Don Patricio necesitaba gente; pero, hecho un tigre, con la locura de su hija, recibió á Sulpicio de tal modo, que cualquier otro, en vez de conchabarse, se hubiera mandado mudar en el acto. Sulpicio ni lo pensó, pues con todo estaba resuelto á conformarse.
Y se conformó, no más, con los modos de repelente altanería de su nuevo patrón.
—Necesito peones—le dijo éste, que sepan trabajar lo mismo de á caballo que de á pie.
—Bien, señor—contestó humildemente Sulpicio.
—¿Eres jinete?
—Ší, señor.
—Sabes domar?
—Ší, señor.
Sabes enlazar?
—Ší, señor.
¿Te animas á pastorear de noche?
—Sí, señor.
—Entiendes de cuidar ovejas?
—Sí, señor.
—Y de á pie, sabes trabajar?
—Pialar, sí, señor.