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No; digo con pala, con guadaña, con carretilla y otras cosas por el estilo.

—No muy bien, señor; pero trataré...

— —Bueno, entonces—dijo don Patricio, — puedes empezar ya. Traéte esa manada que se ve allá, para mudar caballo. Ensillarás un zebruno viejo que verás y te vas al jagüel, en el fondo del potrero; tiras agua hasta llenar las bebederas y la represa; á la vuelta atas del pértigo de este carrito el zebruno y con la guadaña y la horquilla te vas al alfalfar á cortar pasto hasta llenar bien el carro y lo repartes á los carneros de pesebre. Después, con la carretilla vas á la parva y cortas pasto seco para los caballos que quedan de noche atados. Una vez llenos los pesebres, te desgranas una fanega de maíz con la máquina que está en el galpón y después te vas á buscar las cuatro lecheras para atar los terneros.

Volverás después al campo á sacar el cuero de una yegua vieja que murió esta mañana contra el alambrado de la laguna; estaquearás el cuero y llevarás la carne á los chanchos. Al anochecer, al entrar la majada, habrá que carnear un capón, pues se nos acabó la carne. Y cuidadito de tener caballos atados para mañana, á la madrugada, para salir á recoger, que nos han pedido rodeo.

—Bien, patrón—dijo Sulpicio.

Y como ya se dirigía al palenque, le gritó don Patricio :

—Y movéte, que me olvidé unas cuantas cosas que hay que hacer hoy, antes que sea de noche.

Cualquier peón, el más guapo, hubiera rezongado, por lo menos, pero se acordaba Sulpicio del consejo paterno y todo le parecía muy bien; y todo lo hizo tal cual se lo habían mandado. Trajo la ma-