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LAS HAZA ÑAS DEL TRAVIESO

Cuando Salustiano quedó huérfano, no necesitó escribano para hacer el inventario de los bienes que le legaba su padre: se componían de una cueva cavada en campo ajeno en la costa de un arroyo, tapada con cuatro chapas y media de hierro de canaleta, viejas y abolladas, y con un cuero de potro todo reseco, roto y arrugado; del palenque, un simple estacón de ñandubay; de un mate con bombilla, una pava, un asador y una olla; de tres mancarrones, cuatro yeguas y un perro.

El perro, producto híbrido de veinte razas distintas, tenía dos años; era feo, pequeño, de pelo barcino, y contestaba, cuando le venía en gana, al nombre de Travieso.

Salustiano, desamparado, lo llamó á su lado, lo acarició y le contó sus penas, y Travieso entendió perfectamente que su amo ya no tenía qué comer, ni plata para comprar siquiera una cebadura de yerba ; que pronto lo iban á echar de la pobre choza donde se guarecía, y que no le iba á quedar más recurso que conchabarse por mes en alguna parte, lo que era bien triste.

Travieso tenía sobre el particular la misma opinión de Salustiano. Acostumbrado á recorrer con él el campo á su antojo, á dormir la siesta en el pajonal, á buscar huevos, á cazar bichos silvestres... y