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1 la había encontrado, gracias al aviso que tan oportunamente le diera Travieso, de buena gana los hubiese abrazado á los dos, y le dijo:

—Amiguito, son servicios éstos que no se olvidan y puede pedirme lo que quiera.

Salustiano aprovechó la ocasión para decirle cuán abandonado y pobre había quedado y le pidió por favor que lo dejase cuidando sus pocos animalitos en la costa del arroyo.

—¡Cómo no!—exclamó el estanciero ;—quédese, no más, y cuando necesite carne, mande pedir con confianza.

Cuando al galope se hubo alejado el padre con su hijo sano salvo, Travieso dió tres vueltas de carnero seguiditas, y pegó tantos brincos y tan fuertes, que su amo lo creyó loco; pero vió que era alegría, no más, por su buena suerte, no pudiendo, ni por un rato, sospechar la perrada cometida por el bribón.

No fué, para perjuicio de la moral, la última. Basta entrar con éxito en el mal camino, para perseverar en él; y, por un tiempo perseveró Travieso, con la excusa, es cierto, de que sólo quería el bien de su pobre amo.

De los tres caballos dejados por el finado, uno era bastante ligero, y en las largas conversaciones que tenían entre sí Salustiano y Travieso, éste acabó por hacer entender al muchacho que debería prepararlo para correr carreras. La dificultad era que para componer parejero, Salustiano no tenía ni maíz ni pasto; pero Travieso le aseguró que esto no significaba nada y que debía arriesgarse. Tampoco tenía plata, pero tanto insistió el perro, que resolvió el muchacho arriesgar aunque fuera algún otro de sus caballos.