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El día de la reunión, pudo así armar una carrera por treinta pesos, precio que le pusieron al mancarrón; bastante inquieto estaba Salustiano por el resultado, pero lo veía á Travieso tan contento que ya cobró confianza.

Corrieron, y Salustiano venía por detrás é iba á perder, cuando, como flecha, cruzó la cancha Travieso, pasándole casi entre las patas al caballo contrario; y éste se asustó, no mucho, pero bastante para dejarse pasar y perder los treinta pesos. Bien hubo reclamos y discusiones, pero los rayeros habían apostado al caballo de Salustiano y se la dieron ganada.

Travieso se presentó á su amo, humilde y con la cola escondida, como quien por pícaro merece castigo; pero los treinta pesos que tenía en el bolsillo lo hicieron clemente á Salustiano y le perdonó al perro su travesura... provechosa. Treinta nesos! una for¡ tuna para Salustiano. Quiso ya, por supuesto, empezar á voracear y se iba á entrar en la pulpería, cuando Travieso saltó al hocico de su caballo que estaba atado al palenque, y éste, asustándose, cortó el cabestro y se mandó mudar. Los gritos, al momento, de «¡ se va un ensillado!» avisaron á Salustiano, y montando en su parejero, siguió al otro que sólo pudo alcanzar en el palenque de su rancho.

Ya era tarde para volver á la pulpería, y Travieso empezó á convencer á su amo de que con su plata debía comprar ovejas. A Salustiano no le pareció mal pensado, y el día siguiente pudo comprar de un vecino casi tan pobre como él veinte ovejas al corte por sus treinta pesos.

Veinte ovejas son una majada bien pequeña; pero Travieso salía á la oración y volvía á la madruga-