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da, trayendo por delante, quién sabe de dónde, puntitas de ovejas que iba juntando con las veinte fundadoras.

1 Salustiano era muchacho honrado y trataba de averiguar de quiénes eran esos animales; pero todos eran de señales desconocidas en el pago y á la fuerza se tenía que quedar con ellos, pues nadie venía á reclamarlos, y ningún vecino tenía derecho á quitárselos. Lo retó muy fuerte á Travieso, y el perro con aire de arrepentido, los ojos llenos de remordimiento, achatado en el suelo, escuchaba compungido; pero siempre traía ovejas y Salustiano nunca llegó á pegarle, porque le parecía digno de perdón una culpa, aun ajena, que tanta cuenta le hacía.

Sólo dejó Travieso de traer ovejas cuando la majada de su amo hubo alcanzado á quinientas cabezas, y desde entonces paręció que, sin renunciar á ser vivo, empleara su ingenio en obras más lícitas, imitando en esto á muchos amos de perros que sólo empiezan á criar conciencia cuando tienen los bolsillos llenos y la vida asegurada.

Hasta le dió á Salustiano una lección de moral..provechosa, como siempre, por supuesto. Este había encontrado en el campo un soberbio cuchillo con puño y vaina de plata, y por la marca que llevaba conoció que era de un vecino, hombre rico y generoso. Asimismo, la tentación era tan fuerte que se lo iba á guardar. Travieso, cuando se lo enseñó, en vez de menear la cola y de saltar y revolcarse, como hacía cada vez que á su amo le tocaba alguna suerte, se puso triste, triste, y al ver que Salustiano se ponía el cuchillo en la cintura como cosa propia, empezó á aullar lamentablemente. Salustiano comprendió que algo mal hacía y se sacó del cinto el cuchillo, y vien-