Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/230

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
— 226 —

los demás, al principio, y salió caminando casi como si hubiera sido manso; pero de repente, dió tantos y tan tremendos saltos de carnero que bien se comprendía que ningún domador le hubiese podido resistir. Se encabritaba hasta ponerse parado, y de repente, ¡zás! con toda su fuerza se dejaba caer sobre las manos tiesas, y, sin darle tiempo al jinete de ponerse en guardia, casi se ponía derecho sobre las manos, volviendo á caer del mismo modo y á enderezarse sin cesar, horas seguidas, como si no sintiera los rebencazos ni el cansancio.

Agapito, la primera vez, bamboleó un poco en el recado, y todos lo creyeron perdido; pero fué sólo un breve momento de angustia y se afirmó en las caronas como si no se hubiera movido el animal. Más de cien veces saltó el potro antes de empezar á aflojar; pero ya poco a poco se le vió cansarse, temblar y casi caerse, hasta que, levantándolo vigorosamente Agapito con toda su fuerza, lo obligó á galopar. El galope fué tan rápido que no podían casi distinguirse las formas del animal y del jinete; pero fué corto, pues ya no podía más el bagual y pronto volvió, hecho redomón, vencido.

Y todos presenciaron, admirados y emocionados, un espectáculo que nunca se había creído posible: Mandinga se acercó á Agapito, después que hubo éste largado el potro, y abrazándolo, le dió su rebenque—un rebenque muy sencillo, por lo demás, de cabo de hierro forrado en cuero,—diciéndole:

No sé, ni quiero saber quién te ha dado el poder que tienes; pero no puede ser contrario mío, y aquel con quien «no pueden los potros de Mandinga» merece sacar de sus habilidades consideración y prove-