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pelo de nieve tan lindamente realzaba el conjunto; pero le pareció, á pesar del boleto de marca que había encontrado Agapito en su tirador, algo mezquino el pago por tanto trabajo. Aunque le dijera Agapito que el verdadero pago que había recibido era el rebenque, difícilmente podía creer el viejo que esta prenda que, por dos pesos, se podía comprar en cualquier pulpería, pudiese realmente compensar los riesgos que había corrido el muchacho.

—Hijo—decía, yo no sé nada, sino que todo trabajo se debe pagar con plata. Nosotros, los pobres, necesitamos para los vicios los pesitos que podemos ganar, y esto de cobrar nuestro sudor en mancarrones y chucherías de talabartería me parece un verdadero engaño.

Y rezongaba contra los ricos que á veces se aprovechan de los trabajadores tontos... y de los muchachos que no saben.

Agapito le dejaba decir, conservando la esperanza de que no le saldría tan mal el trato.

Pasaron unos cuantos días durante los cuales Agapito no tuvo ocasión de lucir sus habilidades ni de hacer uso de sus prendas, y se arraigaba cada vez más en la mente del padre su primera opinión, cuando una tarde, llegó al puesto el capataz de una gran estancia vecina en busca de peones por día para ayudar á apartar de un rodeo de cuatro mil cabezas, quinientas vacas compradas «á rebenque» por su patrón.

Se conchabaron el padre y el hijo, el primero å pesar de ser algo viejo, porque todos sabían que asimismo era gran enlazador y muy de á caballo, y el hijo, porque, a pesar de ser muchacho, todos sabían de qué era capaz.

Hicieron yunta ambos para el trabajo, y apenas