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habían entrado en el rodeo, cuando les indicó el comprador una vaca para apartar. El padre se acercó al animal para hacerlo enderezar al viento y sacarlo así del rodeo; pero la vaca parecía algo remolona y ya la empezaba á retar feo el viejo, cuando lo alcanzó Agapito. Y apenas hubo éste levantado el rebenque diciendo: fuera, vaca!» ésta, al trotecito, salió del rodeo y se fué derechito para el señuelo.

Podía ser casualidad: hay animales mañeros y otros que no lo son, y quedó callado el padre de Agapito. Otra vaca les designó el patrón, y también ésta fué enderezando para el señuelo con sólo levantar Agapito su rebenque. El viejo guiñó el ojo; ni siquiera habían tenido ellos que moverse del rodeo; y como en este momento trabajaba fuerte á su lado una pareja para sacar una vaca sin poderlo conseguir, ni á gritos, ni á golpes, Agapito se les juntó, y haciendo de gallo» alzó el rebenque y salió disparando la vaca tan ligero para el señuelo, que los dos gauchos que la estaban para sacar se quedaron mirándose, con algo más que sorpresa.

Cuando, diez ó veinte veces seguidas, hubo hecho Agapito la misma prueba, se dió cuenta el padre de que la prenda regalada por Mandinga á su hijo valía algo más de lo que él pensaba, y, el día siguiente, en vez de conchabarse por día, trató por un tanto por cada vaca que sacasen del rodeo. El patrón, que los había visto trabajar, no opuso dificultad, pues bien comprendía que si les hacía cuenta á ellos, á él también le convenían peones de esa laya; y desde entonces, cada vez que tenía que hacer algún aparte, los mandaba llamar.

La fama de Agapito para apartar animales no tardó en extenderse y pronto igualó su fama de doma-