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dor; todos lo buscaban para hacer tropas y ganaba mucho dinero.

Una vez que un resero lo había conchabado para apartar capones, también quedó admirado. Apenas en el chiquero, Agapito no hacía más que tocar con el rebenque el animal indicado por el comprador, y el capón se precipitaba hacia el portillo para entrar en el trascorral.

En media hora hacía más el muchacho que diez hombres en un día; con él ya no regía para aparte de ovejas á elección la palabra: «á sacar de la pata»; sin más trabajo que rozarlas con el rebenque, ya se iban á juntar con las compañeras.

Tanta plata con esto le llovía á Agapito, que pronto pudo comprar un pequeño campo y poblarlo de animales.

Pero como no le alcanzaba todavía para alambrado y el campo era muy bueno y poco recargado todavía, los vecinos abusaban y dejaban sus haciendas internarse en él. Varias veces, el padre de Agapito, que cuidaba la hacienda mientras su hijo trabajaba en las estancias con gran provecho, se quejó y amenazó, pero no le hacían caso, hasta que un día Agapito, al volver de su trabajo, pegó, montado en uno de sus obscuros, y con el rebenque alzado, una corrida tan linda á una manada ajena, que no habiendo podido el vecino atajarla, la tuvo que campear ocho días para recuperarla; fué tan buena la lección, que ya ni él ni los demás se descuidaron con sus animales.

Agapito no desdeñaba, con su tropilla de obscuros, llevar chasques & cualquier parte, con tal que fuese lejos y que valiese la pena la changa.

Y era preciso entonces verlo galopar por lomas y cañadas, siempre en línea recta, saltando los alam-