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brados con todos sus caballos y cortando campo hasta por los pantanos más fieros, sin detenerse jamás, sino cuando había llegado; y sin que nunca, cualquiera que fuese el número de leguas, ni él, ni sus caballos, se hubieran cansado jamás.

Parar un rodeo de cinco mil cabezas, entre puros fachinales, sin un grito, sin perros, era para él un juego, pues le bastaba tener alto el rebenque para que de todas partes se levantasen apurados los animales, y viniesen mansitos, en chorreras interminables, por las senditas, hasta el rodeo.

1 Quiso saber una vez Agapito cómo le iría en un arreo, y se conchabó de peón con un capataz conocido que iba para los corrales con una tropa de novillos. El capataz pensaba invertir ocho días para llegar, pero el rebenque de Agapito arreaba de tal modo los animales, que en dos días estuvieron en la capital.

No había tranquera ni arroyo que los atajasen, y por poco hubieran pasado por la tablada sin pagar más impuesto que una exhalación, si no se hubieran detenido de intento para cumplir con el fisco.

Lo más lindo fué que llegaron, así, justito para aprovechar un día de poca entrada de hacienda y de precios altísimos, y que, si llegan como había pensado el capataz, hubiera tenido que sacrificarse la hacienda á precios tirados. Y como los novillos, & pesar de haber venido tan ligero, no habían sufrido absolutamente nada, se disputaban los estancieros y reseros á quién conseguiría á Agapito de capataz para llevar tropas, cada vez que se presentaba la ocasión de aprovechar alguna alza en los corrales de abasto. Natural era que el muchacho hiciese pagar su