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baúl. Durmió mal; más bien dicho, no durmió. Cualquier ruido le parecía sospechoso; las lauchas eran ladrones, y dos gatos enamorados le hicieron levantar con el facón en la mano. Iba por fin amodorrándose, á la madrugada, cuando dos cachorros que jugaban en el patio, vinieron, persiguiéndose, á caer juntos contra la puerta del rancho, con un ruido que le hizo creer que un escuadrón de caballería la volteaba á pechadas. Se incorporó, asustado; pero, conociendo su error, volvió á acostarse, y medio dormido, dijo:

¡Qué noche perra me ha hecho pasar esa maldita plata!

¡Zuit! hicieron en el baúl, cien mil pesos más, al irse del tirador.

Don Sebastián se arrancó un mechón de cabellos, mandó traer su tropilla, y con el tirador en la cintura, se fué para la ciudad. Quería depositar en el Banco de la Nación los seiscientos mil pesos que todavía le quedaban para no pensar ya en ellos sino con toda calma y tranquilidad.

Pero el pobre no sabía nada de la ciudad; nunca había oído hablar de esas aves de rapiña que les toman el olor á los pesos de los campesinos desprevenidos, á través de los bolsillos, como los chimangos á la osamenta escondida entre las pajas; y antes de haber llegado á la fonda, ya había comprado, tiradopor mil pesos el premio mayor de la última lotería, en un billete adulterado; le habían sacado del bolsillo del saco la cartera con otros mil, y le habían vendido por doscientos pesos un magnífico reloj de cinco cincuenta, bien pagado.

Y cuando conoció su candidez, renegó de tal modo, no contra sí mismo, por supuesto, sino contra ese dinero que á nadie, al fin, había pedido y que, de seLAS VELADAS .—16