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QUIEN SUE ÑA, VIVE

A Florentino, lo mismo que á muchos otros, le parecía que el hombre debería estar en la tierra únicamente para gozar de la vida, sin necesidad de pasar tantos malos ratos: sufrir golpes, andar enfermo, tiritar de frío ó sofocarse de calor, pasar hambre ó quedar á pie, estar sin un peso para las carreras, ó sin colocación y con el poncho empeñado, y muchas otras cosas que hacen de la vida un infierno.

Bien tenía, sin embargo, que soportar, á la fuerza, todo esto y algo más, á veces, y como no poseía más que su tropilla y sus pilchas, renegaba de la suerte que le había hecho nacer de un pobre gaucho incapaz de juntar tantos pesos como tenía de hijos y que lo había largado á que se ganase solo la vida, cuando apenas tenía doce años.

El muchacho no era de los peores: era diestro y bien mandado, y á los veinte años que tenía, ya había trabajado mucho, en todos los ramos de su oficio:

había arreado tropas de ganado y esquilado miles de ovejas; había ayudado en cien hierras; había domado potros y pastoreado rodeos; hasta había hecho trabajos de á pie, amontonando pasto y haciendo parvas en los alfalfares, y también había probado, por una temporada, el oficio de carrero.

Siempre se había ganado la vida, y no se hubiera podido quejar de la suerte, si hubiese sabido contentarse con lo que caía y dejarse de desear lo que no podía conseguir. Pero, durante las largas horas del arreo lento, ó del pastoreo paciente, dormitando al duro mecer del tranco, bajo el sol ardiente, ó recosta-