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muy bien vestido, tomaba de manos de un capataz, que respetuosamente se lo ofrecía, el cabestro de un soberbio caballo ricamente enjaezado.

1 —Mira, Florentino—le dijo al joven ;—toma del palenque ese zaino malacara que hice ensillar para ti, y vamos hasta el corral á ver cerdear tus yeguas.

Florentino oyó ese «tus yeguas sin chistar y montando en el zaino malacara, se fué á juntar con su tío. Caminando, se dió cuenta de que él también iba muy bien vestido y montado en un caballo de valor y ricamente aperado. A medida que se aproximaban al corral, le parecía que la bulla alegre de los peones iba mermando, como siempre sucede, cuando viene llegando el amo. Las risas callaban, como asustadas, y seguía el trabajo sin gritos, casi, ni más ruido que el del tropel de la hacienda huyendo del lazo, ó los chasquidos de los rebenques, & los golpes sordos de las caídas en el suelo de yeguas pialadas; y oyó el joven que un peón lo saludaba, llamándole patrón.

El gozo de Florentino fué inmenso; sin tener necesidad de preguntar nada á su tío, se sintió poseído por la idea de que todas esas yeguas eran de él, que estos peones trabajaban para él, que la cerda que se iba amontonando en las bolsas era de su propiedad, y que, para sacar plata de ella, no necesitaba cansarse trabajando, ni arriesgar el pellejo en medio del corral.

Quiso expresarle á su tío su agradecimiento por haberle dado lo que más anhelaba, la riqueza sin trabajo, y se dió vuelta, buscándolo; pero no lo encontró más; pensó que se había retirado para las ca sas, y siguió admirando sus yeguas y vigilando el trabajo, con el corazón lleno de alegría.

Después de pasar así muchas horas realmente di-