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á ganarse unos pesos, ayudando á contramarcar una hacienda brava recién traída á otra estancia de la vecindad. Y viendo Florentino que no había más remedio, para comer, que trabajar, ensilló y se fué con el viejo.

Y lo mismo que el día anterior, trabajaron mucho, se cansaron bien, comieron con los otros peones, recibieron cada uno tres pesos y se volvieron al rancho. El viejo, al dar las buenas noches á Florentino, le volvió á recomendar que pusiese en la cama la matra que le había regalado, y le dijo en tono de broma :

—Y que hagas buenos sueños; pues, la dicha es un sueño.

Apenas dormido, Florentino creyó sentir que lo llamaba su tío, y fué. Y lo mismo que en la noche anterior, encontró á éste bien vestido y montado en caballo lujosamente aperado, rodeado de peones que le obedecían, y supo por él, que un gran rodeo de vacas mestizas que allí cerca estaba parado, era de su propiedad, de él, Florentino.

— Cuando quiso darle las gracias había desaparecido el viejo, y Florentino se quedó recorriendo el rodeo por todos lados, acompañado de un capataz muy atento que le enseñaba los toros finos, las vaquillonas ya muy mestizas, las vacas con sus terneros, la novillada, gorda y numerosa, algunas lecheras y bueyes de trabajo, y por fin el señuelo, tan bien adiestrado que al solo grito de «fuera buey», lanzado por el capataz, se juntaron en un grupo los veinte novillos de un solo pelo de que constaba, colocándose en la orilla del rodeo, á espera de órdenes.

Florentino se sentía el más feliz de los hombres.

¡Mire! poseer semejante riqueza; sentirse dueño de tantos y tan lindos animales. Ya calculaba que la