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convencido de que era cierto que su tío era brujo, y que la matra era un valioso regalo.

La recogió con cuidado, la volvió á meter en medio de las pilchas del recado; y se disponía á ir á saludar á su tío y á darle las gracias, cuando vió que éste había desaparecido, que el toldito no existía más, y pronto se dió cuenta, con sólo mirar en derredor suyo, de que estaba en pagos conocidos y cerca de la casa paterna.

Ensilló y se fué, cavilando. Pensaba en muchas cosas en que nunca había pensado hasta entonces.

Tenía por todo haber unos pocos pesos en el bolsillo, y asimismo se consideraba más feliz que todos los hombres ricos cuyos campos iba pisando.

Su matra, llena de sueños felices, valía más ella sola, para él, que todas las estancias, campos y haciendas de todo el vecindario. No tenía más que extenderse en ella para tener cuanto puede— uno desear poseer, y esto, sin los disgustos inseparables de la posesión. Sueños, no más, eran, es cierto, pero sueños lindos, que, mientras duraban, valían una realidad, y tenía profunda lástima á los patrones que lo conchababan cuando los veía desconsolados por haber sufrido grandes pérdidas en sus haciendas, ó seguir en medio de mil percances algún pleito ruinoso, ó tristes é inquietos por andar apremiados por algún vencimiento. ¡Qué noches pasarían esos pobres !

Y pensaba Florentino que más sabio había sido su tío el brujo, al regalarle la matra, fuente inagotable de sueños hermosos, que si le hubiera favorecido una fortuna real, fuente, casi pre, como lo veía, de cavilaciones sin fin y de sufrimientos sin número.