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EL IDILIO DE LORENZO

El viejo don Gregorio, modesto hacendado de la provincia de Buenos Aires, era viudo, y ya no tenía por casar más que á una sola hija, habiéndose establecido todas las demás en muy buenas condiciones, dada su poca fortuna. Pero para su preferida don Gregorio soñaba con algo mejor que un mayordomo de estancia ó un secretario de juez de paz; quería para su Ciriaca algún estanciero, si no rico, por lo menos acomodado y dueño de campo; ambición, al fin, legítima, mientras concordara con las inclinaciones de la muchacha, pues nunca debe el interés prevalecer en las cuestiones del corazón.

Candidatos no faltaban, pues Ciriaca era buena moza, una de esas morochas apetitosas y serias á la vez, cuya discreta sonrisa llena de reserva, hace lucir asimismo, y como se debe, los dientes hermosos y los labios rojos, prometedores para el esposo de su elección de mil maravillas de amor, y don Gregorio se lo pasaba revisando en la mente la lista de dichos candidatos. Estudiaba con prolijidad las condiciones de cada cual, poniendo á veces en la balanza cosas algo desparejas y de valor muy diverso, pensando (así son los res) que la importancia del rodeo de uno bien podía equilibrar el porte marcial y la elegancia de otro, ó que la media legua de éste