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do hacia ella, y que, del fondo del montecito, acudiesen los pavos en busca del grano de las miguitas de pan que solía repartirles.

A pesar de que bien poca fuera la cantidad que les pudiera dar sus pequeñas manos, todas las gallinas, como agradecidas, pronto disparaban para sus nidos y no pasaba media hora sin que resonara en cuanto rincón apartado había en el monte y en las casas, el canto tan conocido, el cloqueo de orgullosa llamada de las ponedoras.

Y cada gallina clueca también sacaba tantos pollos cuantos huevos se le habían puesto, cruzándose por el patio y por todas partes en busca de la Guachita sus bandadas alegres y comilonas.

Los pavos se multiplicaban que daba gusto y todos engordaban & ojos vistas, tanto que, cansados de comer de ellos, Antonio les tenía que buscar provechosa salida, lo que no dejaba de hacer; y como ya tenían fama los productos de su puesto, no faltaban clientes para los miles de huevos y los centenares de aves que, con inacabable profusión, siempre tenía á mano.

Ya no renegaban de la suerte Antonio y su mujer; gozaban del más amplio bienestar, y lo atribuían, como era justo, & la influencia de la Guachita, aunque siempre sin saber de dónde le podría venir tan misterioso poder.

Los duraznos que había plantado Antonio, y que hasta entonces nunca habían dado más fruta que si hubieran sido sauces, estaban Todavía sin florecer, cuando, una mañana, se le ocurrió tomar de la mano á la Guachita y llevarla á pasear por la huerta; y fué todo uno tocar ella una planta con su manita y brotar miles de pimpollos en cada rama, y llevada así