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—¡O te quedas con el amor, ó te vienes con la muerte!

Y la niña, al oir esa voz, se detuvo, como paralizada por el terror, lanzando un grito tan agudo, que las puertas de la casa, al momento se abrieron de par en par, abalanzándose Antonio y sus hijos, con el cuchillo en la mano, en auxilio de la Guachita.

La encontraron muda, inmóvil, los ojos llenos de espanto. La rodearon, la llamaron por el nombre que tan cariñosamente le daban, inquiriendo, preguntándole lo que ocurría; la quisieron llevar para las casas, pero ni caminaba ella, ni la podían mover; y mientras se esforzaban, se repitió en el palenque la orden:

—¡O te quedas con el amor, ó te vienes con la muerte! Y a pesar de los esfuerzos que hacían todos para detenerla, movida como por invencible poder, alzando los brazos al cielo con desesperación, lenta, pero irresistiblemente, á pasitos cortos, como liviano fantasma, se empezó á dirigir hacia el misterioso visitante que la llamaba.

Entonces Marcelo, el hijo mayor de don Antonio, mozo guapo y valiente, dejando que los demás se empeñasen en detenerla, loco de furor, con la daga en la mano, corrió hasta el palenque desafiando al atrevido que les quería arrebatar á su Guachita.

Lo detuvo una carcajada del jinete, y con la pálida luz de las estrellas vió, atónito, bajo las alas gachas del chambergo, diseñarse las repelentes facciones de la fatídica calavera. Se dió vuelta horrorizado, y al ver que seguía viniéndose la Guachita, atraída hasta el raptor fatal, se tiró de rodillas delante de ella, gritando: