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EL GAUCHO DEL GATEADO

Estaba la reunión en su apogeo: las apuestas se cruzaban como si cualquier mancarrón se hubiese vuelto parejero; se armaban las carreras tan seguidas que tenían que acortar el número de partidas los corredores para desocupar pronto la cancha.

Llegó en estos momentos y se mezcló con la concurrencia un gaucho muy anciano, de blanca melena y de barba como nieve, flaco, de tez apergaminada, muy pobremente vestido de chiripá y de poncho, y montado en un gateado más flaco aún que él, viejísimo también y aperado miserablemente.

Como era desconocido de todos el recién venido, nadie le hacía caso y parecía el viejo, entre tanta gente, como alma de otros tiempos entre vivientes de hoy, alma de gaucho de antaño entre criollos modernos. De repente, al pasar cerca de él, un joven lo miró y le gritó, riéndose:

—¡Abuelito! le corro al gateado!

Fué general la carcajada, tan peregrina había parecido á todos estos paisanos, bien montados en fletes invernados, la idea de hacer correr una carrera al viejo montado en su gateado flaco.

Y redoblaron las risas, cuando, muy serio, contestó el gaucho: