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quedaba volteado el animal de un tiro certero de bolas.

—¡Viejo lindo había sido!—confesaron,—y ¡qué pingo, el gateado!—y llamándole todos afectuosamente abuelito», le dieron el mando de la gavilla, para aprender de un gaucho viejo cómo se trabaja en la Pampa.

Poco tiempo se quedó con ellos: tenía que ir, dijo, á una estancia donde se estaba domando.

—¿Y usted va á domar?—le preguntaron asombrados.

—Pues, amigo—contestó el viejo, irguiéndose,—¡y entonces!...

La misma duda expresaron los de la estancia, cuando, allegándose al corral donde estaban encerrados los potros, preguntó si necesitaban algún domador.

—Ya somos dos—contestó, al cabo de un rato, un chino regordetón, con cara de indio á medio blanquear.

—Como son muchos los potros, pensaba...

—Pero, de cualquier modo, usted es muy viejo, amigo, para domar—le dijo el otro domador, criollo, al parecer, pero de piernas muy derechas para ser gran jinete.

Y el mismo patrón de la estancia, cuando supo lo que quería el viejo, le preguntó, riéndose, si todavía era redomón el gateado. Asimismo, ordenó que se le diera uno de los potros menos ariscos y más palenqueados, pues tenían costumbre, en el establecimiento, de amansar primero de abajo los animales antes de darles el primer galope.

Pero el gaucho del gateado insistió en que lo de-