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jaran á él mismo elegir á su gusto los potros que más le gustasen; y le dejaron.

Desensilló el gateado y lo soltó para que comiera, se arregló para el trabajo, tiró el poncho, encerró en la vincha su blanca melena, y con el lazo arrollado entró en el corral. ¡Cosa rara... ó ilusión! firme en las piernas chuecas, ágil como un muchacho y fuerte como varón diestro y sereno, pronto, de un solo y certero tiro, hubo enlazado un potro chúcaro, sin palenquear aún, y lo detuvo á pie en su disparada, como poste de ñandubay, hazaña que no es para todos; y cuando el animal, ahorcado, se dejó caer, ya estuvo encima, maneándolo y poniéndole bozal. Casi no habían tenido tiempo los demás peones para ayudarle, y ya seguía la función en todos sus detalles: los tirones en la boca con el bocado de cuero, la trabajosa salida del corral, del animal maneado y cabestreando por la primera vez en su vida; la colocación en el lomo de las piezas del recado, el montar por fin de un salto y la lucha contra las mil defensas del potro, y el primer galope, loco, furioso, matador y la vuelta al corral, entre los vivas entusiastas al viejo del gateado, al gaucho de otros tiempos que volvía para enseñar á la juventud cómo se domaba antes en la llanura, y evocar en su espíritu los recuerdos enorgullecedores de la Pampa argentina.

A la noche el anciano ensilló el gateado y se fué, callado; dejando que todos pensasen que pronto volvería; pero ya estaba bien lejos, el día siguiente, presentándose en su gateado por toda tropilla, á un resero que iba á apartar novillos en varios rodeos. El hombre, al ver semejante fantasma, se rió y por ningún precio, por supuesto, lo quiso conchabar; y sólo de comedido, el gaucho del gateado atajó el se-