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vicuña era prenda de inestimable valor, pues al ponérselo en los hombros, quedaba uno invisible.

Para probar mejor y de un modo más práctico su virtud, se fué de un galope hasta la pulpería próxima, donde todavía había mucha gente, y sin quitárselo, entró en el despacho. Fué como si no hubiera entrado nadie; pues ninguno le hizo caso, ni lo miró, ni le habló. Por la puerta interior pasó hasta el mostrador, vació el cajón, llenándose el tirador con el dinero en presencia del patrón y de los mozos que ni siquiera se movieron; y, sin que un perro ladrara ni lo detuviera nadie, volvió al palenque, desató su caballo y se fué al tranco.

Y empezó á dar rienda suelta á sus malos instintos hasta entonces sofrenados por el temor al castigo.

Pareciéndole asegurada la más completa impunidad, se volvió Jacinto terrible azote para toda la comarca.

Robó de puro gusto, sin necesidad; mató familias enteras con el único objeto de burlarse de los desesperados esfuerzos de la policía para dar con los asesinos. Amanecían quemadas en una sola noche tres ó cuatro casas en la vecindad, quedando los negociantes arruinados y las familias sin hogar; el estanciero encontraba en los galpones muertos sus animales más finos, desjarretado su mejor toro, malamente herido algún parejero de valor.

Todos acudían á la policía, acusándola de negligencia y hasta de complicidad. Contaban horrores de lo que pasaba, refinamientos de crueldad hacia cristianos y animales, como si una bandada de tigres se estuviera cebando en esos pagos.

Y, todo, sin que nadie, pudiera dar el dato más vago sobre la filiación de alguno de los bandidos que i 1